El Nuevo Israel de Dios es la iglesia

El Nuevo Israel de Dios es la iglesia

Cada vez que llegan las noticias en torno a las dificultades, crisis y guerras en el Oriente Medio, algunos creyentes incorporan en el diálogo la afirmación de que Israel es el pueblo de Dios. Posiblemente es una manera solapada y teológica de apoyar de forma acrítica las acciones del ejército y las políticas del Estado de Israel. Esa declaración teológica tiene, a la vez, un carácter histórico y religioso, al mismo tiempo que incluye repercusiones políticas e ideológicas contemporáneas.

Solo hay que leer las Sagradas Escrituras una sola vez para percatarse que en sus narraciones se presenta la historia de las relaciones entre el pueblo de Israel y Dios. Esos relatos van desde el llamado de Abraham y Sara, la liberación de los antiguos hebreos de las tierras de Egipto bajo el liderato de Moisés, la selección de David como rey de Israel, las experiencias dolorosas de deportación y exilio en Babilonia, y los esfuerzos de reconstrucción y liberación nacional luego del retorno de los deportados a Jerusalén. La afirmación de que Israel es el pueblo de Dios está presente aún en medio de las críticas más acérrimas de infidelidad que le hacen los profetas.

Con el ministerio transformador de Jesús de Nazaret y la irrupción de la iglesia al plano histórico, la interpretación sencilla de Israel como pueblo de Dios se complica y debe ser revisada para dar lugar y hacer justicia a las lecturas cristianas de las narraciones históricas de la Biblia. Aunque Jesús siempre fue judío, y la gran mayoría de sus primeros seguidores provenían de esa misma extracción étnica y religiosa, con el crecimiento de las iglesias en el mundo gentil, particularmente en el Asia Menor, nuevas interpretaciones del concepto de «pueblo de Dios» surgen, para responder de forma efectiva a los reclamos teológicos y las necesidades espirituales de los nuevos convertidos no judíos y para afirmar la nueva relación de Dios con las iglesias cristianas.

Para Pablo, el dilema de quién es el «pueblo de Dios» se resolvió, al declarar que la iglesia cristiana es «el Nuevo Israel», el Israel de Dios. El apóstol entendió, con meridiana claridad, que Dios inauguró una nueva época teológica con el ministerio de Jesús y el nacimiento de la iglesia. A esa afirmación apostólica debemos añadir las reflexiones en el Evangelio según San Juan, que indican que Jesús vino primeramente a los judíos, pero al no recibirlo como Mesías, Dios llamó a los gentiles a formar parte del nuevo pacto. Y ese nuevo pacto se afirma continuamente en la Cena del Señor, que constituye una forma de visible, espiritual y ceremonial de recordar que la iglesia cristiana ahora es parte del pueblo de Dios y se constituyó en el nuevo Israel.

El Estado de Israel actual, que nace en el 1948, luego de la segunda guerra mundial y sus consecuencias devastadoras para la comunidad judía europea, entre otros grupos, proyecta sus orígenes a los tiempos bíblicos y afirma ser el heredero de esas promesas divinas que se ponen de manifiesto en las Escrituras. Esa afirmación teológica, junto a las ideologías nacionalistas que surgieron en la Europa de finales del siglo diecinueve, deben ser interpretadas a la luz de las realidades sociales y políticas que imperaban en Palestina durante esa época de crisis mundial.

Con el establecimiento del nuevo Estado de Israel, en los territorios que pertenecían anteriormente a diversas comunidades palestinas, comienza un período casi ininterrumpido de guerras fratricidas entre israelís, palestinos y árabes. Todavía en el siglo veintiuno se libran algunas de esos antiguos conflictos, como son los casos de las guerras en el Líbano y en Gaza.  Lo que ha caracterizado la región del Oriente Medio en los últimos sesenta años es una serie interminable y compleja de guerras y terrorismos, que lejos de propiciar la paz en la región lo que han traído ha sido dolor, muerte y desesperanza. Los esfuerzos por establecer un ambiente de paz en Israel y Palestina han fracasado de forma repetida, pues van acompañados de intervenciones militares que incentivan el espiral de violencia entre los dos grupos.

En medio de estas guerras, los ejércitos de Israel, que es una de las milicias más desarrolladas, poderosas y eficientes del mundo, ocupan los territorios palestinos; y los grupos militantes palestinos responden a la invasión de los colonos y militares judíos con lo que tienen, p.ej., piedras, cohetes y ataques suicidas.

Muchas personas piensan que Israel debe tener la razón todo el tiempo en el conflicto, porque es «el pueblo de Dios». A esa afirmación teológica sencilla e ingenua hay que añadir que en los territorios palestinos hay iglesias cristianas milenarias y viven creyentes de diversas persuasiones denominacionales; es decir, que también en Palestina está «el Nuevo Israel de Dios», los creyentes en Cristo. Además, que alguien afirme ser pueblo de Dios no le autoriza a cometer injusticias económicas, opresiones políticas, violaciones a los derechos humanos y matanzas militares de forma impune.

Las personas creyentes en Cristo, que es también reconocido como el Príncipe de la Paz, deben estar al lado de la gente que sufre en estos conflictos, que en esta particular ocasión son los miles y miles de ciudadanos de Gaza que están sometidos diariamente a bombardeos indiscriminados y mortíferos, que han herido injusta y mortalmente un grupo sustancial de civiles y personas inocentes. También debemos solidarizarnos con los ciudadanos del sur Israel, que sufren los embates continuos de los cohetes asesinos lanzados por Hamás, desde el territorio de Gaza.

El desafío militar y político en la región es formidable. Nuestra oración es que termine la guerra y se eliminen las causas que hacen que Hamás lance sus cohetes a Israel. Nuestra plegaria también es que finalice esta jornada de guerra bombardeos, que solo complican los procesos de paz, y afectan, de forma nefasta y definitiva, la vida de miles y miles de personas en Gaza e Israel. El verdadero «pueblo de Dios» en esta crisis es el que está al lado de la paz duradera, que se fundamenta en la implantación de la justicia.

Dr. Samuel Pagán