El nuevo Oriente Medio y la paz
[This article originally appeared in Lupa Protetstante, a Spanish online journal of theology, culture, and opinion]
Estamos en medio de una serie importante de cambios en el Oriente Medio. Egipto busca un futuro democrático… Libia experimenta una cruenta guerra civil… Los sirios protestan, pues desean respirar de esos aires frescos de libertad… Y la muerte de Osama Bin Laden le presenta a la región y al mundo nuevos interrogantes y desafíos formidables…
Ese entorno novel de revoluciones y renovaciones, es ideal para planteamos nuevamente el problema palestino-israelí, que parece no tener solución. ¡No se acaba! Y cuando pensamos que se acerca algún avance significativo hacia la paz, de pronto, algo sucede, y volvemos a la crisis, y la esperada superación del conflicto, se esfuma.
La imposibilidad de resolver este problema, entre el Estado de Israel y la Autoridad Palestina, merece que analicemos la naturaleza misma de la dificultad. En primer lugar, debemos identificar el origen histórico de la crisis: ¿Cuándo realmente comenzó este conflicto? Cuando, por ejemplo, impulsados por el espíritu sionista, llegaron a la Palestina histórica los primeros inmigrantes y colonos judíos, a finales del siglo 19. O la crisis se relaciona con las secuelas de la Primera o la Segunda Guerra Mundial en Europa. Hay quienes piensan que el conflicto tiene su origen con la declaración del Estado de Israel, en el 1948.
Y referente a esta crisis, vale la pena preguntarse quienes realmente están involucrados en estas dinámicas de enemistad. ¿Los palestinos y los israelíes? ¿El mundo árabe y los judíos en Israel y la diáspora? ¿Los sionistas y los combatientes islámicos? ¿Las naciones musulmanas y los Estados Unidos y Europa? Esta dificultad al precisar efectivamente los sectores en disputa, complica aún más el problema.
La gente puede pensar que el asunto es uno religioso. ¡Que la Tierra Santa no debe estar en manos de infieles! Entonces el conflicto se complica aún más, pues éstas son «tierras santas» para las tres religiones monoteístas del mundo: Judaísmo, cristianismo e islamismo. Y entender esta realidad es fundamental para propiciar el ambiente adecuado para la solución del conflicto.
El problema real entre israelíes y palestinos es uno eminentemente político. La crisis profunda no está relacionada con las oraciones ni con la administración de los lugares santos. ¡No es un problema teológico! La dificultad se asocia a dos aspiraciones válidas: Israel desea vivir en paz y seguridad, en los lugares que tienen significación histórica para sus ciudadanos; y los palestinos también desean vivir en paz, y tener un estado económica y políticamente viable, con fronteras definidas y justas.
En ambos grupos, sin embargo, hay personas que desean que las hostilidades prosigan. ¡Quienes venden armas, no desean que se acabe el conflicto! ¡Quienes se lucran de las negociaciones de paz, no quieren que los diálogos acaben! ¡Y quienes comercian con el terror y la muerte, no están interesados en una resolución política de la crisis! Por el contrario, esos sectores bélicos desean que continúe la violencia, que aumenten los presupuestos de seguridad y armamentos, y que se elimine al enemigo de forma inmisericorde en el campo de batalla…
La configuración política del Oriente Medio experimenta una serie medular de transformaciones. Las comunidades árabes de la región, que por años han estado sumisas en regímenes autocráticos, están en búsqueda de nuevos caminos democráticos, de paz social y libertad política. Y esas aspiraciones se manifiestan en las protestas y los deseos de cambio, en las que la tecnología ha jugado un papel protagónico: ¡Las convocaciones revolucionarias se hacen por Facebook y Twitter!
En efecto, aunque el problema palestino-israelí es uno histórico y políticamente singular, no se puede esperar más para su resolución. Y aunque no debemos subestimar sus complicaciones políticas, militares y religiosas, no podemos tampoco ignorar que el camino hacia la paz no puede detenerse, y que ese singular paso al futuro, incorpora la justicia como un elemento necesario, impostergable y prioritario.