La resurrección de la paz

La resurrección de la paz

En el entorno de la Semana Mayor para la cristiandad, el tema de la pasión de Cristo cobra importancia capital. Recordamos la gesta redentora de Jesús de Nazaret, que llega a su punto culminante con las narraciones de la resurrección. De acuerdo con el mensaje cristiano, la muerte no detuvo las implicaciones redentoras y liberadoras de sus palabras.

Y entre los temas medulares que Jesús expuso en sus mensajes, se pueden identificar los que revelan los valores que hacen que las personas y las comunidades se distingan. Uno de ellos se relaciona con la justicia, que pone claramente de relieve la importancia de la espiritualidad y dignidad de las personas, y que también subraya la necesidad del respeto a los derechos humanos.

Estos asuntos teológicos, educativos y espirituales, que tienen implicaciones transformacionales tanto para los individuos como para las comunidades en todo el mundo, tienen repercusiones inmediatas en el Oriente Medio, particularmente en Israel y Palestina. En esta región, el tema de la resurrección cobra dimensión nueva, pues es imprescindible para el establecimiento de una paz duradera, y para llegar a acuerdos sostenibles que se fundamenten en la justicia.

El Estado de Israel y la Autoridad Palestina son protagonistas de uno de los conflictos más complejos que existen en la actualidad. Estos pueblos viven, simultáneamente, sueños de paz en la mejor tradición bíblica, y a la vez, experimentan las peores pesadillas, que se desprenden de las ideologías del terror y los diversos fundamentalismos. Estas comunidades han vivido la violencia continua y sus diálogos no parecen conducir a una paz duradera. Lo paradójico es que esa es la tierra donde nació, vivió, sirvió, murió y resucitó el Príncipe de la Paz.

Israel y Palestina son pueblos que viven de forma paralela en una sección relativamente pequeña al este del mar Mediterráneo. En esa misma región conviven las religiones monoteístas que se relacionan con el patriarca Abraham (judaísmo, islamismo y cristianismo), en un singular momento histórico, en el cual la irracionalidad ha descubierto una brecha política y militar para manifestar el rostro más violento e inmisericorde de la religión.

En ese contexto, millones de israelíes y palestinos amantes de la paz conviven diariamente con las diversas manifestaciones personales e institucionales de la injusticia. Ese ambiente bélico continuo, de baja intensidad, que en ocasiones aumenta y produce situaciones nefastas de crisis (como la reciente guerra en Gaza), pone claramente de manifiesto el fracaso de la diplomacia, revela la impotencia de los acuerdos de paz y subraya la falta de voluntad política para tomar las decisiones que son necesarias para el desarrollo de un Israel seguro y para la creación de un estado Palestino sostenible.

Algunas de las fuerzas que mantienen esas dinámicas de tensión son identificables. De un lado, la política en torno a los colonos judíos en los territorios palestinos representa un desafío económico, social y político de grandes proporciones. Y del otro, las serias divisiones entre los sectores más seculares del Islam, representados por Al Fatah, y los grupos religiosos más militantes, como Hamás, hacen que los diálogos de paz se detengan y el respeto mutuo se esfume.

La resurrección de la paz en Israel y Palestina no está asociada a las fuerzas militares, ni el futuro de estos pueblos pasa por el camino del fundamentalismo religioso. La paz que se necesita para superar esta crisis, que puede convertirse en motor que mueva la política en la región, debe estar anclada en el reconocimiento que tanto palestinos como israelíes tienen derecho a vivir en paz, y que el desarrollo de cada uno de estos pueblos no puede estar fundamentado en la humillación, ocupación y desesperanza del otro.

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